UNA EXPERIENCIA DE LORENA SALDIVAR ORIHUELA (4º “J”)
Después de clases siempre suele ser lo mismo. Cada vez que salimos del colegio parece que yo fuera una persona histérica. Siempre les digo a mis amigas “apresúrense, rápido… Ya es tarde”. Ellas me ponen una cara que parece decir whattttt? Observan con paciencia su reloj y responden “Pero, si todavía es temprano. Apenas son las seis y veinte”. Yo las miro muy extrañada, porque para mí ya es tarde. Entonces, camino a paso ligero, con ganas de llegar temprano a casa. Ya casi al llegar al paradero nos despedimos cordialmente de algunas que por suerte lograron tomar su carro. “Chau, cuídate”; y nunca falta el tradicional “Derechito a su casa”. Las que aún no hemos tomado el carro cruzamos al otro lado de la calle con mucha cautela y un poco de amargura debido a la imprudencia de los choferes que parecen estar apurados y no recordar que existen las reglas de tránsito.
Ya llevamos diez minutos de espera en la esquina, como pan que no se vende. Quizás suene irónico; pero, parezco un gallinazo al acecho, divisando a su presa para poder caer sobre ella. Me siento igual que esas aves. Estoy muy atenta, ya que cualquier mal movimiento puede resultar fatal. Y así sigo divisando para que el carro que espero no se pase de frente sin recogerme. Muchos transeúntes, en cuestión de segundos, se van convirtiendo, delante de mí, en pasajeros. Parece que ya me voy acostumbrando a tomar tarde el carro, ya que siempre suele ser lo mismo.
A lo lejos lo veo. Viene corriendo muy rápido. Quiere ganar sitio en el paradero. “Miren, ese es mi carro”, les digo. Muy contenta me despido de mis amigas y al acercarme al carro escucho a un hombre muy alto, de polo color blanco y una chompa anaranjada, vociferar a los cuatro vientos: “Zapallal, Puente Piedra, Pro… Sube, sube”. Me acerco segura de mí y creo que cada vez estoy más cerca de casa. Cada paso que doy delicadamente es para arrasar con mi presa. De pronto me percato que aquel que hace un instante estaba gritando se da cuenta de mis intenciones de abordar el vehículo. Al parecer aquel hombre es muy astuto. Pone un pie en el estribo y sigue pronunciando su conocido alarido. Ya estoy a punto de poder cumplir con mi objetivo, cuando en un abrir y cerrar de ojos, coloca una mano en la puerta y me da la espalda como queriéndome decir: “Menos tú”.
Esta escena se ha hecho una rutina. Es cosa de todos los días y lo peor es cuando me acerco corriendo al carro como una fiera y me tiran la puerta en la cara como si no hubiera visto que me acercaba a abordarlo. Una de mis amigas me dijo: “Porque no apuntas la placa de los carros”. Yo, con una sonrisa en el rostro, me pongo a pensar. Si apuntara todo los días las placas de los carros que no me quieren recoger, tendría que cargar con un cuaderno más entre mis cosas. ¡Y para qué!Muchas veces los escolares somos víctimas de una gran exclusión por parte de los choferes; a lo mejor a algunas no les pasa lo que a mí, pero a la mayoría sí. Y todo esto por el simple hecho de pagar cincuenta céntimos; pero yo digo, si pagáramos un sol ¿nos recogerían para subir?
Ya llevamos diez minutos de espera en la esquina, como pan que no se vende. Quizás suene irónico; pero, parezco un gallinazo al acecho, divisando a su presa para poder caer sobre ella. Me siento igual que esas aves. Estoy muy atenta, ya que cualquier mal movimiento puede resultar fatal. Y así sigo divisando para que el carro que espero no se pase de frente sin recogerme. Muchos transeúntes, en cuestión de segundos, se van convirtiendo, delante de mí, en pasajeros. Parece que ya me voy acostumbrando a tomar tarde el carro, ya que siempre suele ser lo mismo.
A lo lejos lo veo. Viene corriendo muy rápido. Quiere ganar sitio en el paradero. “Miren, ese es mi carro”, les digo. Muy contenta me despido de mis amigas y al acercarme al carro escucho a un hombre muy alto, de polo color blanco y una chompa anaranjada, vociferar a los cuatro vientos: “Zapallal, Puente Piedra, Pro… Sube, sube”. Me acerco segura de mí y creo que cada vez estoy más cerca de casa. Cada paso que doy delicadamente es para arrasar con mi presa. De pronto me percato que aquel que hace un instante estaba gritando se da cuenta de mis intenciones de abordar el vehículo. Al parecer aquel hombre es muy astuto. Pone un pie en el estribo y sigue pronunciando su conocido alarido. Ya estoy a punto de poder cumplir con mi objetivo, cuando en un abrir y cerrar de ojos, coloca una mano en la puerta y me da la espalda como queriéndome decir: “Menos tú”.
Esta escena se ha hecho una rutina. Es cosa de todos los días y lo peor es cuando me acerco corriendo al carro como una fiera y me tiran la puerta en la cara como si no hubiera visto que me acercaba a abordarlo. Una de mis amigas me dijo: “Porque no apuntas la placa de los carros”. Yo, con una sonrisa en el rostro, me pongo a pensar. Si apuntara todo los días las placas de los carros que no me quieren recoger, tendría que cargar con un cuaderno más entre mis cosas. ¡Y para qué!Muchas veces los escolares somos víctimas de una gran exclusión por parte de los choferes; a lo mejor a algunas no les pasa lo que a mí, pero a la mayoría sí. Y todo esto por el simple hecho de pagar cincuenta céntimos; pero yo digo, si pagáramos un sol ¿nos recogerían para subir?
No hay comentarios:
Publicar un comentario