UN RELATO DE ANGHELA SOSA TIMANÁ (4º “J”)
Mamá me contó lo que pasó. Al principio fue difícil de creerlo, pero finalmente lo acepté como una experiencia en lo que iba de mi corta vida. Tan solo tenía tres meses de nacida; era muy pequeñita; me encontraba vestida con un ropón de color de plumas de pollito recién nacido y una colcha suave, blanca como esas nubes plantadas en el cielo, los cuales protegían mi frágil cuerpecillo.
Mamá me había dejado durmiendo en el centro de su cama, para así evitar que me cayera. Como sufría de una lesión en el brazo derecho, no podía atenderme muy bien, ni a mi hermana mayor. Eran las doce del medio día y mi hambrienta hermana necesitaba comer. Mamá no podía encargarse de mí y a la vez darle de comer a su angelito mayor. Por necesidad debía salir a almorzar a un restaurante y yo debía quedarme sola. En realidad no puedo recordar bien lo que ocurrió, solo me queda decirle que lo que a continuación voy a contarles es, creo yo, producto de mi imaginación.
Me encontraba disfrutando tranquilamente de un sueño infantil, cuando de pronto un aire escalofriante y un olor repugnante invadía la habitación. Sentí la presencia de un ser de apariencia diabólico que poco a poco se acercaba a la cama en donde estaba. Abrí los ojos y estaba en brazos de un ser extraño: su tamaño era la de una persona adulta, vestido de luto, de contextura muy delgada y no tenía cabellera; era como si sus venas y arterias estuviesen sobresalidas; sus dientes eran de oro puro. Me arrullaba y sonreía mostrándome esos dientes de oro que me atraían. Se sentó sobre el suelo, me echó y comenzó a jugar conmigo, me hacía muecas extrañas, me hacía cosquillas en la barriga y lograba que suelte una carcajada interminable que incluso me hacía perder el aire. Así estuvo un tiempo cuando entonces decidió pararse y, conmigo en brazos, se dirigió al balcón. De pronto rápidamente volteó su rostro lleno de sorpresa hacia la puerta. Su curiosidad había sido atraída por unos pasos que venían del pasillo; era mamá que venía hacia el dormitorio y abriría la puerta. Él desesperadamente me dejó debajo de la cama, se acercó a mi oído y susurró en mi oído lo siguiente: Recuerda que un día te tuve en mis brazos y si hoy no pude llevarte conmigo. Regresaré por ti en el momento menos esperado. Y diciendo estas palabras, se arrancó un diente de oro, tomó mi mano y lo puso entre mis pequeños dedos y desapareció en el aire. Mamá entró, no sé por qué, llorando, nerviosa y muy desesperada. Me abrazaba y besaba y secaba las gotas de sudor que en el rostro tenía.
A aquella criatura nunca la volví a ver; pero, por su mensaje, sé que algún día se aparecerá y tendré que enfrentarme a él. Al parecer, después de todo lo ocurrido, se convirtió en el primer amigo con quien jugué; o el ser que intentó ocasionarme algún grave daño. No sé si mamá llegó a tiempo o algún ser celestial me protegió; pero de lo que si estoy segura, es que aún tengo el hermoso diente de oro que me dejó ese extraño ser.
Mamá me había dejado durmiendo en el centro de su cama, para así evitar que me cayera. Como sufría de una lesión en el brazo derecho, no podía atenderme muy bien, ni a mi hermana mayor. Eran las doce del medio día y mi hambrienta hermana necesitaba comer. Mamá no podía encargarse de mí y a la vez darle de comer a su angelito mayor. Por necesidad debía salir a almorzar a un restaurante y yo debía quedarme sola. En realidad no puedo recordar bien lo que ocurrió, solo me queda decirle que lo que a continuación voy a contarles es, creo yo, producto de mi imaginación.
Me encontraba disfrutando tranquilamente de un sueño infantil, cuando de pronto un aire escalofriante y un olor repugnante invadía la habitación. Sentí la presencia de un ser de apariencia diabólico que poco a poco se acercaba a la cama en donde estaba. Abrí los ojos y estaba en brazos de un ser extraño: su tamaño era la de una persona adulta, vestido de luto, de contextura muy delgada y no tenía cabellera; era como si sus venas y arterias estuviesen sobresalidas; sus dientes eran de oro puro. Me arrullaba y sonreía mostrándome esos dientes de oro que me atraían. Se sentó sobre el suelo, me echó y comenzó a jugar conmigo, me hacía muecas extrañas, me hacía cosquillas en la barriga y lograba que suelte una carcajada interminable que incluso me hacía perder el aire. Así estuvo un tiempo cuando entonces decidió pararse y, conmigo en brazos, se dirigió al balcón. De pronto rápidamente volteó su rostro lleno de sorpresa hacia la puerta. Su curiosidad había sido atraída por unos pasos que venían del pasillo; era mamá que venía hacia el dormitorio y abriría la puerta. Él desesperadamente me dejó debajo de la cama, se acercó a mi oído y susurró en mi oído lo siguiente: Recuerda que un día te tuve en mis brazos y si hoy no pude llevarte conmigo. Regresaré por ti en el momento menos esperado. Y diciendo estas palabras, se arrancó un diente de oro, tomó mi mano y lo puso entre mis pequeños dedos y desapareció en el aire. Mamá entró, no sé por qué, llorando, nerviosa y muy desesperada. Me abrazaba y besaba y secaba las gotas de sudor que en el rostro tenía.
A aquella criatura nunca la volví a ver; pero, por su mensaje, sé que algún día se aparecerá y tendré que enfrentarme a él. Al parecer, después de todo lo ocurrido, se convirtió en el primer amigo con quien jugué; o el ser que intentó ocasionarme algún grave daño. No sé si mamá llegó a tiempo o algún ser celestial me protegió; pero de lo que si estoy segura, es que aún tengo el hermoso diente de oro que me dejó ese extraño ser.
P.D.: Si algún día quieres que te enseñe aquel diente, con mucho gusto lo haré; pero no me hago responsable si, esa misma noche, a tu cuarto lo invade una extraña y escalofriante presencia. . .
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